Lo que no me mata, me alimenta. Por Ángel Herraiz
Hablar de la revista FEPFI sería impensable sin su sección histórica dirigida por nuestro compañero Ángel Herraiz. En ésta ocasión nos deleitaremos con el interesantísimo relato de Guillermo Kahlo, padre de… ¿Lo adivinan? Quién diría que el personaje era alemán y acabo por convertirse en fotógrafo encomendado por el mismo Porfirio Díaz? Una sección donde siempre se aprende, muchas gracias Ángel por la colaboración incansable.
Guillermo y Frida Kahlo
Carl Wilhelm Kahlo Kauffman era alemán muy alemán y se llevaba fatal con la segunda esposa de su padre que era un acomodado joyero, y con la cual andaba como el perro y el gato. Para poner remedio a los continuos conflictos, su progenitor le preguntó; ¿Hijo mío no te apetecerá viajar? Él dijo ¡ay si amado padre!… y le facturó hasta México.
El caso es que el muchacho nos salió enamoradizo y golosón y al poco de instalarse en México castellanizó su nombre (Wilhelm) a Guillermo y diciéndoles a todas las chicas: “querr bonitess ojoss tieness princesemm” se echó novia, una tal María Cardeña a la que la hizo tres hijas, a una por año, y que la pobre se murió en el parto de la tercera. Y aquí se ve la eficiencia alemana. Guillermo había conocido a Antonio Calderón, un fotógrafo de Morelia (antigua Valladolid) que tenía una hija, Matilde, también con los ojitos lindos, y el cabronazo de Guillermito, esa misma noche, con el cuerpo de su mujer aún caliente, se fue a pedirle la mano de su hija.
A sus tres primeras hijas las despachó metiéndolas en un internado y luego en un convento. No tengo muy claro si Guillermo se casó con Matilde por amor o para conseguir que su suegro le enseñara el oficio. Lo cierto es que se lo llevó de ayudante por todo México haciendo fotografías de arquitectura indígena y colonial. Aun así a Matilde la dejó cinco veces embarazada, pero claro, un poquito más espaciado por los viajes.
En 1901 abrió un estudio fotográfico para dedicarse al retrato, pero en fotografía arquitectónica había conseguido tal destreza que el presidente Porfirio Díaz le contrató para que durante cuatro años documentara toda la arquitectura colonial mexicana, y lo cierto es que lo hizo con calidad y arte, y con este contrato ganó un buen dinero que empleó en construir una casa singular en la periferia de Ciudad de México, pintada de un color añil intenso por lo que se la conoce como “La Casa Azul”, y aún sirve como museo familiar.
Guillermo Kahlo también debió de ser un buen retratista porque se conservan algunos muy estimables de sí mismo y de su querida y favorita hija Frida. Ya en su vejez incluso se autorretrató muy dignamente para dejar copias a sus hijas con el mensaje: “De cuando en cuando recuérdense del cariño que siempre les ha tenido su padre”.
Frida Kahlo, la séptima de sus hijas, cuarta de su segundo matrimonio nació con muy mala suerte. A los seis añitos contrajo una poliomielitis que la tuvo en cama casi un año y la dejó coja para siempre, y a los dieciocho cuando parecía que empezaba a despuntar un poco, un tranvía estampó el autobús en que viajaba contra un muro dejándolo literalmente destrozado y a ella con la columna rota en tres trozos, las costillas, la clavícula, la pelvis en tres partes, la pierna derecha en ¡once! trozos, un pie, un hombro…y un pasamanos que la atravesó la tripa y la salió por la vagina.
Treinta y dos operaciones, corsés de yeso, mecanismos de estiramiento fueron el resto de su vida, que intentó llenar acudiendo a tertulias literarias y artísticas. Así conoció a la fotógrafa y revolucionaria Tina Modotti quien a su vez la presento al ya famoso pintor comunista Diego Rivera. Qué vio Frida en él es un enigma que aún no ha sido resuelto. Porque Diego era un gordo panzón, rijoso, lascivo y promiscuo, pero Frida se enamoró perdidamente y se casaron. Todo el mundo bromeaba con que era el matrimonio de un elefante con una palomita, y a partir de ahí protagonizaron encuentros y desencuentros tan escandalosos que resonaron por todo el continente americano. Infidelidades que incluían las aventuras de Diego con Cristina, la hermana pequeña de Frida, o los amoríos de esta con el político León Trotsky o la cantante Chavela Vargas.
Dolor y más dolor, pasión y desamor, sufrimiento, entrega, depresión y entereza… Frida Khalo vivió gracias a su frase más célebre: “Todo lo que no me mata, me alimenta”
Ángel Herraiz M.F.I.
LEE EL ARTÍCULO AQUI. PÁG 92-93:
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